Publicado el 19 del 08 de 2019
RETRATOS DE FAMILIA
Llevo unos días pensando en que cosas haría y no haría si volviese a nacer sabiendo lo que ahora sé. Algunas pertenecen al ámbito privado y no las compartiré, pero otras se pueden decir y quizá sean útiles a alguien. Estas dos, por ejemplo:
Aprendería más lenguas. Una lengua es un modo de percibir e interpretar el mundo. Los que somos bilingües, en mi caso castellano y catalán, lo vemos muy claramente. La traducción de algunas palabras es imprecisa y tiene múltiples matices. La sintáxis, la música del idioma... Por eso, y como todo el mundo sabe, la poesía no se puede traducir; hay encomiables intentos con buenos resultados (García Calvo con La Ilíada, por ejemplo), pero en general no funciona. En cuanto a la estructura de la frase, Josep Pla decía, con su habitual sorna, que Azorín escribía en catalán: ” La puerta es verde, punto. El cielo es azul, punto. Ese señor tiene la nariz grande, punto. Esto no es castellano. El buen castellano es la frase larga que termina generalmente en cola de pescado ( ...) Entre todos los escritores del noventa y ocho, quizá el que escribía mejor el castellano era precisamente el señor Pérez de Ayala, no sé si lo cree usted así...” (De la entrevista con Joaquín Soler Serrano en el programa “A Fondo” en 1977).
Lamento no haber aprendido inglés al mayor nivel posible; pero también alemán, idioma en el que hay una extensísima bibliografía sobre música; además, sólo por poder leer a Goethe y escuchar a Wagner en su lengua materna ya hubiera valido la pena. Estudié algo de latín en el bachillerato. En ese momento no me dí cuenta de lo importante que era. Ahora me gustaría poder leer a los clásicos en el original. ¡Y hablarlo! Eso sí que sería “cool”, ¿se imaginan?; el problema radicaría en encontrar interlocutores. Supongo que actualmente cuando hay un congreso internacional de historiadores, archiveros o paleógrafos, se entienden entre ellos en inglés. Pero hasta hace relativamente poco – 50 o 60 años – muchas veces hablaban en latín. Lo sé porque mi tío era un excelente archivero - del Archivo de la Corona de Aragón – y asistía a congresos por todo el mundo. Fue él quien me contó que era frecuente que hablasen en latín. Ver a un grupo de tipos con aire de sabios despistados, en un bar, tomando unas cervezas y charlando en la lengua de Virgilio debía de ser curioso. ¡Qué suerte tuvo Montaigne de tener un preceptor que sólo le hablaba en latín! En fin, eran otros tiempos.
Otra cosa que lamento es no haber conversado más con mis abuelos y abuelas; no haberles preguntado muchas cosas. Además de las fotos que hoy publico tengo muchas otras de miembros de la familia que no sé quienes son. Mi abuelo Rafael y mi abuela Consuelo hubieran podido darme mucha información acerca de esas personas, pero cuando tienes 10 o 12 años no te preocupan esas cosas, no piensas en el pasado, aunque tampoco mucho en el futuro. Cuando te vas haciendo mayor te interesa cada vez más el pasado, quizás porque te va quedando menos futuro.
Sobre esos antepasados versa el artículo de hoy. De muchos de ellos nunca supe donde están enterrados. De otros lo he ido olvidando. Tengo una negligente, lamentable tendencia a abandonar tumbas.
Del lado paterno...
Josefa era la “pubilla” (heredera primogénita sin hermanos varones) de una vieja masía de principios del siglo XVIII, de 1708 concretamente; construida sobre otra anterior del siglo XVI. Se quedó viuda relativamente joven. Poseía muchas tierras en la fértil zona del Prat de Llobregat y tuvo cuatro hijos: Juan, mi bisabuelo Justo y dos niñas, Dolores y Josefa. Juan fué desheredado porque al parecer era un crápula y todo pasó a mi bisabuelo. Una suerte para mí. Seguro que Juan aparece en alguna de las fotos que tengo pero no puedo identificarlo y me gustaría porque debía de ser un tipo gamberro y divertido.
Esta es la masía de la tatarabuela Josefa: “Can Teixidor”. Una casa lleva el nombre de quién la construyó y aunque el apellido cambie cada vez que hereda una mujer , el nombre inicial debe permanecer.
De estos tatarabuelos no sé nada. De la bisabuela Rosa poco; y no estoy seguro de quienes son los otros cuatro que salen en la foto. Creo que son una tía bisabuela con su marido y dos tíos bisabuelos.
Por el color de la piel parece que mi bisabuelo fuera etíope , pero no; era de Sant Boi de Llobregat. Es evidente que se pasaba el día trabajando al aire libre. Su único hijo varón, “l´hereu”, llegó a ser un eminente cirujano. La niña de la derecha, con el pelo corto, padecía una discapacidad psíquica. Murió joven.
Rafael y sus hermanas se quedaron huérfanos de padre y madre poco tiempo antes de que se tomara esta fotografía. El Sr.Calopa, pariente próximo , ejerció de tutor hasta la mayoría de edad de mi abuelo, que en esa época era a los 23 años.
Fue muy buen estudiante y obtuvo la licenciatura en Medicina y Cirugía con la máxima calificación. Posteriormente tuvo una clínica propia – en la que yo nací – y durante 40 años fue el jefe del servicio médico de La España Industrial , la fábrica más grande de Cataluña. Una calle de Sant Boi lleva su nombre.
Del lado materno...
¿Nacido en 1866? dirán ustedes. Pues sí, en mi casi extinta familia tenemos tendencia a reproducirnos poco y tarde (con alguna excepción). Por parte materna tengo un tatarabuelo nacido en el siglo XVIII, mi madre nació cuando su padre tenía 61 años y yo no tengo hijos. En mí terminan las dos ramas familiares, sólo me queda una prima segunda que tampoco tiene hijos. Me siento como aquella tortuga de las Islas Galápagos que era la última de su especie, el “Solitario George”, a quien tuve el gusto de conocer cuando viajé a ese remoto archipiélago. Murió hace algún tiempo el pobre bicho.
A este abuelo no llegué a conocerle, ni mi madre tampoco porque murió cuando ella tenía seis meses. Había nacido en Quilmes (Argentina) de padres catalanes que habían emigrado a ese país. Era violinista aficionado; guardo con cariño sus dos violines. También conservo muchos de sus libros y unas libretas preciosas donde apuntaba citas que le gustaban escritas con una bellísima calígrafia. La foto de portada de mi artículo “Citas” es de una de esas libretas. Yo también apunto frases pero con una escritura muy fea; de médico psicópata. Cuando tenía 40 años vendió su negocio , una gran tienda de abastos - algo parecido a lo que ahora es un supermercado -, y vino a Barcelona con un cofre lleno de monedas de oro que fue suficiente para vivir el resto de su vida con bastante holgura. Al poco de llegar se casó con mi abuela Consuelo que tenía 18 años. Era de religión espiritista, seguidor de Allan Kardec.
A nivel personal antes había mucha más libertad. Imagínense si ahora pones un par de millones de euros en efectivo en una maleta y te vas a otro país. Te funden a impuestos o vas a la cárcel. O ambas cosas.
El bisabuelo Vicente tenía un negocio de hojalatería en su ciudad natal. La bisabuela Carlota protagonizó alguna anécdota durante la guerra civil que ahora resulta divertida pero que en su momento no tuvo ninguna gracia. Carlota era muy religiosa y su habitación estaba llena de Vírgenes y Santos. Vivían en una gran casa de estilo modernista en las proximidades de Vallvidrera desde donde se divisa la mejor panorámica de la ciudad de Barcelona que uno pueda imaginar. Ante el inminente registro domiciliario perpetrado por unos milicianos comunistas, la familia escondió todas las imágenes. Pero Carlota no cesaba de santiguarse exclamando en voz baja : “ ¡Ay, Virgen de la Cinta! , ¡Ay, San Antonio bendito!, ¡Ay, Arcángel San Gabriel!” y así todo el santoral. “¡Shhh, calle, yaya, calle!” le decían los demás. Afortunadamente los bárbaros no la oyeron.
A la yaya Consuelo sí la conocí. Fue mi madrina. Consuelo era un ser de luz, llena de bondad y dulzura, con una extraordinaria capacidad de aguante ante las adversidades de la vida: la muerte de su marido al poco de nacer su única hija , la guerra civil, y sobre todo la posguerra con mi madre adolescente enferma de tuberculosis e internada en sanatorios durante once años. La desahució un comité de cinco médicos. Evidentemente se equivocaron, si no, yo no estaría aquí. Pasaron grandes dificultades económicas que fueron superando gracias a las habilidades prodigiosas de mi abuela cosiendo y bordando. Conservo su máquina de coser Singer y algunas de sus humildes y delicadas obras, como un juego de ropa de cama digno del Palacio de Versalles. ¡La yaya era el Miguel Ángel de la aguja!
La tieta Milagros era prima de Consuelo. Era una mujer divertida y llena de inocencia, perdidamente enamorada de su Pepe. El tío Pepe había nacido en Manila Intramuros en 1888, en una familia riquísima por lo que vivió dándose la vida padre hasta que la guerra civil hundió su economía. Ser pobre no es del gusto de nadie, a excepción de algún anacoreta, pero haber sido muy rico y pasar a vivir pobremente es - con perdón - muy, muy jodido.
La bisabuela Carlota, los abuelos Juan y Consuelo, los tíos abuelos Pepe y Milagros y mi madre Eulalia, vivían en una maravillosa casa, que antes ya he mencionado, entre Barcelona y Vallvidrera: Villa Paula, un edificio modernista de 1912 del arquitecto Jeroni Granell. Tuvieron que venderla un año después de acabada la guerra, en 1940. Hace unos meses fue puesta en venta por 6,6 millones de euros (tiene más de 40.000 metros cuadrados de jardín, 720 habitables y unas vistas imposibles de mejorar). No puedo dejar de contar algo relativo a esta venta que ilustra hasta que punto mienten en los medios de comunicación. El anuncio salió en varios periódicos que le dedicaron artículos con fotos y que llevaban títulos como: “Villa Paula, el palacio centenario en Barcelona que puedes tener por 6,6 millones de euros”. En el texto se decía que esta casa había servido de escondite al presidente Lluís Companys cuando entraron las tropas de Franco en Barcelona. ¡Eso es rotundamente falso! Mi familia vivía ahí en enero de 1939 y Companys no apareció por ninguna parte. Contacté con La Vanguardia y con la inmobiliaria, pero no me hicieron ningún caso. La verdad, por lo que fuera, no les convenía. ¡Qué vergüenza mentir de este modo para vender una casa! Lo digo para que lo sepa quien haya tenido la suerte de poder comprarla: lo de Companys es mentira. Le han timado.
Cuando ya estaba terminando este artículo he pensado: ¿Y esto a quién puede interesarle? ¿Mis historias y fotos familiares... ? No sé, en cualquier caso quizá está bien que todas estas personas vivan una segunda existencia en el mundo digital. A ellos les parecería magia.
Ya saben lo que dijo Arthur C. Clarke:
“Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”