Nací en Barcelona, en la clínica de mi abuelo, que era un prestigioso cirujano. Mi infancia fue muy atípica, con grandes vaivenes emocionales, sobresaltos y rupturas.
A mi madre le gustaba la música y era habitual que se escuchase en casa; recuerdo el concierto para piano de Grieg, la Quinta sinfonía de Beethoven y unos discos de 45 rpm de valses y nocturnos de Chopin, también el Mandarín Maravilloso de Bartok que me parecía muy raro y hasta daba un poco de miedo.
Un día, mi madre – mis padres estaban separados – se reencontró con un antiguo novio suyo de cuando tenían veinte años, Cándido Oller se llamaba. Ese hombre, que era un gran melómano, empezó a regalarnos muchos discos que yo escuchaba una y otra vez.
Al cabo de un tiempo manifesté mi propósito de estudiar piano. La noticia fue recibida con cierto escepticismo, porque no se confiaba mucho en mí en cuanto a constancia y capacidad de trabajo, pero insistí y al curso siguiente ya estaba matriculado de primer curso de piano y solfeo. Desde entonces la música siempre me ha acompañado y me ha dado los mejores momentos de felicidad de mi vida. En especial Beethoven, que es la persona que más quiero en este mundo o en el otro.
Mis estudios fueron también atípicos. Desde el primer año empecé a componer obras totalmente por encima de mi nivel técnico. Recuerdo un pretencioso estudio titulado “Tormenta de Octavas”. Guardo todas esas partituras, algunas son un tanto sonrojantes pero otras, escritas en el cuarto o quinto año, no están tan mal; un Tema con variaciones, por ejemplo, que tuve la osadía de dedicar a Federico Mompou. Mi tía era amiga de su esposa, así que fuí a su casa y toqué para él mis variaciones. Le regalé el manuscrito. Mompou era un hombre muy educado y amable y no me echó escaleras abajo.
Mucho antes de acabar el grado superior de piano empecé a dar clases particulares para ganar algo de dinero. También actué en conciertos – recuerdo especialmente los homenajes a Mompou, con el compositor presente en la sala – pero pronto me dí cuenta de que era demasiado nervioso para ser concertista. La enseñanza no me interesó especialmente hasta que tuve alumnos dotados; ver como evolucionaban y los brillantes resultados que obtenían me llenaba de satisfacción.
Desde entonces me he dedicado a enseñar piano, pero también armonía, historia de la música y análisis. Mis alumnos han ganado más de 50 premios en concursos nacionales e internacionales y algunos se han dedicado profesionalmente al difícil oficio de pianista, actuando en importantes salas como solistas
Estuve durante 20 años en un conservatorio, pero – como no necesitaba el sueldo para vivir - abandoné la plaza vitalicia que tenía, bastante aburrido del ambiente burócratico y poco estimulante, artísticamente hablando.
Ahora sigo dando clases privadas y me dedico a estudiar, no solo música, también otras áreas del conocimiento que me gustan mucho: historia, arte, filosofía...
Cuando tenía 17 años leí una frase de Séneca que me impresionó mucho: “No sabes donde la muerte te espera; espérala, pues, en todo lugar”.
Ya lo dijo Horacio más de medio siglo antes: “…carpe diem, quam minimum credula postero." (Odas I, 11 )