Publicado el 10 del 08 de 2019
LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO 500 AÑOS
Hoy, 10 de agosto de 2019, se cumplen 500 años de la salida desde Sevilla de cinco naves capitaneadas por Fernando de Magallanes. No partieron con la intención de dar la vuelta al mundo, sino con la determinación de encontrar un paso del Atlántico al Mar del Sur, recientemente descubierto por Vasco Nuñez de Balboa. El objetivo eran las Islas de la Especiería; las Molucas, situadas en lo que hoy es Indonesia. Las especias (pimienta, clavo, nuez moscada, jengibre, canela...) eran tan caras o más que el oro, especialmente después de que las rutas orientales quedaran bloqueadas tras la toma de Constantinopla en 1453. Quien controlase su comercio se haría inmensamente rico, mucho más, en proporción, que cualquiera de los actuales multimillonarios que aparecen en la revista Forbes.
No es mi intención narrarles con detalle la épica expedición puesto que para ello ya existen numerosos libros escritos por prestigiosos historiadores, crónicas de algunos de los que viajaban en los barcos y numerosas conferencias y podcasts que pueden encontrar en la red. Lo que me gustaría es transmitirles mi fascinación por esta aventura que es, sin duda, el viaje oceánico más extraordinario de todos los tiempos.
Magallanes, portugués de nacimiento y de una familia de hidalgos, había servido como soldado al rey Manuel I en Oriente y en el norte de África, donde fue herido de gravedad quedándole una cojera permamente. De regreso a Portugal solicitó al rey una serie de privilegios en recompensa por sus hazañas bélicas, pero le fueron denegados . También pidió comandar una expedición a las Molucas viajando hacia el oeste, suponiendo que debía de existir un paso entre los océanos. Tampoco se lo concedieron y no es de extrañar porque Portugal ya utilizaba la ruta descubierta por Vasco de Gama en 1498 , rodeando África y atravesando el Índico hasta la India y las Islas de la Especiería. No se veía necesario este viaje ya que resultaba muy caro, peligroso y no tenía ninguna garantía de éxito.
Magallanes, que era un tipo de muchísimo carácter, se sintió muy ofendido y viajó a España para hacerle la misma propuesta al rey Carlos I. Carlos acababa de llegar de Flandes y era un joven de 17 años de espíritu soñador y amante de las aventuras. La idea de Magallanes debió parecerle fascinante y con relativa celeridad llegó a un acuerdo con él. En marzo de 1518 se firmaron las capitulaciones que otorgaban al Capitán General de la expedición un conjunto de importantes ventajas. Además, Carlos I nombró a Magallanes Caballero de la Orden de Santiago, lo que en la práctica equivalía a nacionalizarlo español, aunque en esa época no existía el concepto de estado-nación como lo entendemos hoy en día. No habían pasaportes, ni carnets de identidad que dijeran que eras español, portugués, italiano o polaco. Se servía a un rey, no a una nación. Como Magallanes estaba amenazado de muerte por los portugueses que le consideraban un traidor y un peligro para sus intereses comerciales, Juan Rodriguez de Fonseca, obispo de Burgos y responsable de la Casa de Contratación de Indias, le puso una escolta para protegerle.
Después de unos complejos y muy meticulosos preparativos que duraron más de un año, el 10 de agosto de 1519 empezaron a partir (zarparon en diferentes días) de Sevilla cinco naves: Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago. Recalaron en Sanlúcar de Barrameda donde permanecieron hasta el 20 de septiembre , fecha en la que por fin se inicia el viaje. Se ha especulado mucho sobre el porqué de esta larga parada en Sanlúcar. Probablemente siguieron avituallándose, pero también se cree que Magallanes intentaba confundir a los espías portugueses que querían impedir el osado viaje a toda costa. Y realmente lo consiguió.
El número total de tripulantes oscila según las fuentes, pero fueron alrededor de 240. La flota se dirigió hacia las Canarias, como era habitual en todos los viajes a América, y después continuó hacia el sur siguiendo la costa de África. Esto empezó a inquietar a los capitanes de los otros barcos, puesto que esa era la ruta portuguesa según el Tratado de Tordesillas y corrían el peligro de ser interceptados por naves lusas. Magallanes, en contra de lo convenido, no consultaba nada con los otros capitanes, de hecho ni siquiera les informaba de sus planes; tenían que seguirle y punto. No se le puede negar a Magallanes su tenacidad , fuerza de carácter y valor. Sin embargo, es cierto que en muchas ocasiones actuó de un modo despótico y podríamos decir que con muy poca “mano izquierda”. Era un hombre endurecido por las guerras y resentido con su país y con su rey, de quien no recibió las prebendas que él creía merecer. Su cojera quizás contribuyó también a su amargura.
Magallanes era más un soldado que un marino por lo que no estaba muy acostumbrado a las normas de convivencia de los hombres del mar; normas pensadas para que no hubiera continuos estallidos de violencia. La vida en una de esas naos era durísima, hasta extremos que hoy nos resulta difícil imaginar. El espacio era muy reducido, la higiene mínima, la intimidad nula; dormían en cubierta hiciera calor o hiciera frío, la comida era monótona y escasa cuando no ausente. Todo ello con la desagradable compañía de piojos, chinches, cucarachas y ratas. Estos roedores se vendían a medio ducado en los momentos de mayor penuria alimenticia según cuenta Antonio Pigafetta, cronista del viaje. En esas condiciones supongo que la crispación y la irritabilidad de los hombres debían de alcanzar niveles insoportables.
Durante la travesía del Atlántico las tensiones con los otros capitanes fueron en aumento, hasta el extremo de que Magallanes, tras una airada discusión, mandó arrestar y poner grilletes a Juan de Cartagena. Juan de Cartagena era el capitán de la San Antonio y el veedor de la flota, es decir el representante oficial del rey Carlos. Este atrevido, casi temerario acto, evidencia el rigor y la dureza de Magallanes. Su pésima relación con Cartagena finalizaría de un modo trágico meses más tarde en el Puerto de San Julián. Otra muestra de los dramas que se vivían a bordo es un suceso – históricamente irrevelante pero humanamente doloroso - que tuvo lugar en esos mismos días cuando ya estaban cerca las costas de Brasil. El contramaestre de la Concepción (de la Victoria, según otros) fue sorprendido en flagrante acto de sodomía con un joven grumete. Después de un “juicio” rápido - rapidísimo diría yo - fue decapitado. Desde luego que no se andaban con chiquitas. El grumete, no sabemos el motivo, no fue ajusticiado pero se suicidó semanas después arrojándose al mar, incapaz de soportar las burlas y humillaciones de los demás tripulantes. Una triste historia.
En Brasil, Magallanes tomó dirección sur-suroeste navegando lejos de la costa y no se detuvo hasta la Bahía de Sepetiba (o la de Guanabara, según algunos autores), muy cerca de lo que hoy es Río de Janeiro. Se supone que para ir más allá de la zona portuguesa, es decir de la parte noreste del país, y no tener problemas con las naves del rey Manuel.
Durante unos días los marineros tuvieron la oportunidad de descansar en la bellísima bahía e intercambiaron comida y objetos exóticos con los indígenas; a tal efecto llevaban en los barcos un sinfín de baratijas destinadas a estos ventajosos negocios: cuentas de colores, telas, espejitos, cuchillos e incluso naipes. Otro asunto eran las mujeres. Imagínense a más de doscientos tipos rudos después de meses de abstinencia sexual y rodeados de muchachas desnudas . Evidentemente se dieron abusos pero también era muy frecuente que las chicas se ofrecieran a cambio de regalos.
El 27 de diciembre de 1519 partieron hacia el sur, en dirección al Río de la Plata. Muy probablemente Magallanes pensaba que ahí se encontraba el paso al Mar del Sur. Esta amplísima bahía había sido explorada en 1515 y 1516 por Juan Díaz de Solís sin llegar a demostrar que se trataba de un paso. Solís murió en esta expedición, tanto él como sesenta de sus hombres fueron devorados por los indígenas , unos caníbales de gran reputación y apetito.
Grande debió de ser la decepción al comprobar que se trataba de un enorme estuario de los hoy denominados ríos Uruguay y Paraná, donde la navegación era especialmente peligrosa debido a los grandes bancos de arena que ahí se encuentran.
Magallanes, imaginamos que muy contrariado, continuó hacia el sur. A partir de entonces a su carácter taciturno se le añadió una duda que debía de corroerle las entrañas. ¿Y si no existía el paso? Pero, como ya he dicho, Magallanes era un tipo de tenacidad bovina. Desde ese punto las naos empezaron a navegar por una zona totalmente desconocida. Esa sensación, la de transitar por un mundo ignoto, debía de ser emocionante a la par que aterradora. Pero, como después veremos, unas fuerzas poderosísimas movían a esos hombres .
Magallanes iba probando en cada entrante que se abriera hacia el oeste; cualquiera de ellos podía ser el ansiado paso. Así llegaron hasta el que denominaron Puerto de San Julián. Estaban ya a 49 grados sur y a finales de marzo empezaba a hacer bastante frío por lo que el Capitán General decidió - como siempre sin consultar - pasar el invierno en ese lugar remoto e inhóspito como pocos. ¡Seis meses parados! Esto irritó todavía más a los otros capitanes y a las tripulaciones. Tenían la sensación de que Magallanes no sabía donde iba y de que los llevaría a todos a la muerte. Magallanes sabía donde iba, pero no por donde iba ; sin embargo tenía la intuición, casi la certeza, de que debía de haber un paso, de que no podía ser que el continente llegase hasta el polo. Y estaba en lo cierto.
Finalmente pasó lo que ya se veía venir desde hacía tiempo: tres naves se amotinaron. Se desató la violencia y Magallanes sin arredrarse lo más mínimo actuó con gran astucia e hizo presos a unos cuarenta hombres, entre ellos a Juan de Cartagena, Luis de Mendoza, Gaspar de Quesada y al mismo Juan Sebastián Elcano. Mendoza y Quesada fueron ajusticiados y sus cuerpos descuartizados. Juan de Cartagena, ¡el veedor del rey!, fue abandonado en un pequeña isla frente a la costa, acompañado del clérigo Sánchez de Reina que había cometido la imprudencia de pronosticar el fuego del infierno para Magallanes. Debieron de morir de sed en pocos días. Elcano y otros muchos sobrevivieron porque el Capitán General no podía permitirse prescindir de tantos hombres expertos en la navegación. Al poco tiempo tuvo lugar otra desgracia; la carabela Santiago fue enviada hacia el sur a explorar todos los entrantes y bahías, pero la nave naufragó. Afortunadamente se salvaron los 37 tripulantes. Dos de ellos fueron escogidos para ir caminando hasta el Puerto de San Julián a pedir ayuda. Más de 350 kilómetros de terreno desolado, sin las ropas ni el calzado necesarios y sin casi comer ni beber. Pero llegaron. Es innegable que esa gente eran de una fortaleza física y mental muy difícil de encontrar en nuestros días.
Durante la estancia en la Patagonia contactaron con los indígenas de la zona; eran los famosos gigantes patagones. Antonio Pigafetta nos describe el primer encuentro con uno de esos nativos: “Un día, cuando menos lo esperábamos, un hombre de aspecto gigantesco se presentó ante nosotros. Estaba sobre la arena casi desnudo, cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose polvo sobre la cabeza”. A este párrafo le sigue una amplia descripción de los patagones y de sus costumbres; incluso recopiló un vocabulario gracias al cual ahora sabemos como se dice “mar” en esa lengua: “aro”; “viento”, “oni” o “tempestad”, ”ohone”. Les recomiendo encarecidamente la lectura de la crónica de Pigafetta que ha sido recientemente reeditada en castellano.
El 24 de agosto de 1520 zarparon de San Julián las cuatro naves restantes, como siempre, hacia el sur. Se detuvieron varias semanas en el Puerto de Santa Cruz – donde se había ido a pique la Santiago – y después continuaron la búsqueda. Pocos días después avistaron un entrante hacia el oeste. Todavía no lo sabían pero habían encontrado el estrecho que les conduciría al otro océano.
El estrecho de Magallanes es un verdadero laberinto de islas y canales de 565 kilómetros de longitud. Les llevó casi un mes recorrerlo. Al principio el Capitán General envió a las naos Concepción y San Antonio a explorar para saber si era un paso o se trataba de otra bahía o estuario. Los barcos tardaban en volver y además hubo una formidable tempestad, lo que hizo creer a los que esperaban que seguramente habían naufragado. Pero cuando ya casi estaba perdida la esperanza vieron aparecer en el horizonte las naves exploradoras. Este es uno de los momentos de mayor emoción del viaje. Así lo narra Pigafetta: “ Y mientras estábamos a la espera vimos venir las dos naves a toda vela y con las banderas al viento. Cuando estuvieron cerca nos saludaron con descargas de bombardas y gritos; luego todos juntos dimos gracias a Dios y a la Virgen María y continuamos nuestra ruta”. Brotaron las lágrimas (incluso del pétreo Magallanes) y corrió el vino.
La travesía fue en extremo penosa con constantes correciones del rumbo, yendo adelante y atrás y probando en cada recodo. Todo eso con los vientos y las corrientes propias de la zona. Hace años estuve en Punta Arenas (Chile), en las orillas del estrecho, a principios del verano austral. En mi vida he visto un viento semejante. Te echaba al suelo. Pero a los habitantes de la zona les parecía lo más normal del mundo. Pensemos ahora en ese temporal azotando los barcos, con lluvia, humedad, frío y sin saber por donde vas.
Durante la noche se veían grandes hogueras en la costa norte, de ahí que llamaran a ese territorio “Tierra de los Fuegos”, nombre que todavía perdura. Es un área rica en carbón mineral y los nativos tenían la costumbre de encender grandes fogatas. A más de uno debió de parecerle que estaban a las puertas del infierno.
En esos días la nao San Antonio desertó de la expedición y puso rumbo hacia España. Los desencuentros entre Magallanes y el capitán Gómez habían sido constantes; hartos de la situación tomaron la decisión de regresar a casa. En el camino de vuelta descubrieron las islas Malvinas que bautizaron como islas de San Antón. No figura el capitán Esteban Gómez como el descubridor de estas islas, aunque tampoco se ha reconocido a Francisco de Hoces como el primero en avistar el cabo de Hornos en 1526, ni a Ruy López de Villalobos como el primer navegante en pasar en 1543 por las Islas Hawai a las que llamó Islas del Rey. Por no hablar de la perdida nave San Lesmes de la expedición de Loaísa (1525-1536), que muy probablemente atravesó todo el Pacífico Sur llegando hasta Nueva Zelanda o quizás Australia, según parece demostrar el hallazgo, siglos después, de los restos de una nave española, entre ellos un cañón.
Esta defección preocupó mucho a Magallanes. La San Antonio era el barco con más capacidad para llevar alimentos y agua, pero lo peor era lo que Gómez y los demás oficiales pudieran contar al rey Carlos; un relato que podía ponerle en una situación muy difícil, en especial por las ejecuciones del Puerto de San Julián y el cruel abandono de Juan de Cartagena en una pequeña isla, lo cual supone, a la práctica, una condena a muerte.
A 28 de noviembre de 1520 las tres naves que quedaban, Trinidad, Victoria y Concepción entraron en aguas abiertas del océano Pacífico. Este nombre se lo dió Magallanes porque se encontró con unas aguas muy tranquilas, algo muy poco habitual en esta zona. Muy recientemente se ha relacionado esta infrecuente circunstancia climatológica con el fenómeno del Niño. Hasta ahora se le había llamado “Mar del Sur” y sería interesante hacer una pequeña digresión para explicar el porqué, puesto que quizás muchos se lo hayan preguntado :¿Por qué “del Sur” si el Pacífico es enorme, abarca un tercio del planeta y va de un polo a otro? Cuando Vasco Nuñez de Balboa vé por primera vez el nuevo mar en septiembre de 1513 lo hace desde el istmo de Panamá. Si miran un mapa verán que el istmo va de oeste a este, por lo que si después de haber partido de la costa del Caribe y de caminar de norte a sur, nos encontramos con un mar, parece lógico llamarlo “Mar del Sur”. Tengamos en cuenta que Nuñez de Balboa no tenía ni idea de las dimensiones colosales de este océano.
Sobre este viaje sigue habiendo muchas incógnitas, en parte debido al laconismo y a la introversión de Magallanes (cuyo diario de a bordo se perdió), y también porque , mal que nos sepa, sabemos muy poco del pasado; mucho menos de lo que nos imaginamos. A lo largo de los siglos se han destruido cientos de importantes bibliotecas y además la gente miente mucho. Pensemos, por ejemplo, que de los clásicos griegos y latinos se cree que apenas se conserva el cinco por ciento de las obras que escribieron. Prueben a preguntarle a alguien sobre sus ocho bisabuelos y bisabuelas: sus nombres, donde nacieron , las profesiones que ejercían ... no digamos ya su carácter y sus pensamientos. No sabrán nada o casi nada, ¡siendo sangre de su sangre ! Imaginen ahora lo que sabemos de un tipo que hablaba poco, escribía menos y que vivió hace 500 años.
Uno de los misterios es la razón por la cual Magallanes no se detuvo en las costas chilenas a hacer aguada y buscar provisiones. Esta decisión tuvo consecuencias desastrosas para las tripulaciones. Es muy probable que Magallanes pensara que ya se encontraba cerca de las Molucas. Al igual que Colón puede que diera por buenas las medidas de la Tierra segun Toscanelli: unos 29.000 kilómetros de circunferencia, o sea 11.000 menos de los que son en realidad. El error costó la vida a muchos hombres. Si hubieran hecho caso a Eratóstenes de Cirene (director de la Biblioteca de Alejandría) que en el siglo III a.C acertó de pleno al decir que la esfera terráquea tenía 40.000 Km, es posible que ni Colón ni Magallanes se hubieran lanzado a sus respectivas aventuras porque les parecería una distancia insalvable. Colón tuvo la suerte de encontrarse con América, si no hubiera existido este continente habrían muerto todos de hambre y de sed. Los cálculos matemáticos de Eratóstenes me resultan especialmente admirables. Que un hombre con dos palos (obeliscos) , un papel, un lápiz y poniéndose a pensar, calcule de modo tan preciso el tamaño del planeta me parece algo extraordinario. Otros autores piensan que Magallanes sabía que el oceáno era muy grande pero no tanto como es en verdad.
La flota del Capitán
General, reducida a sólo
tres naos, tomó
rumbo norte, primero y noroeste después, huyendo del frío y buscando la latitud a la que estaban
las Molucas. Durante más de tres meses no avistaron ninguna isla, a excepción de algunos pequeños islotes y atolones impracticables. En esta fase del viaje, el hambre , la sed y las enfermedades (el temible
escorbuto) mataron a muchos hombres e hicieron sufrir lo indecible a todos. Antonio Pigafetta nos lo cuenta: “Durante tres meses y veinte días no pudimos conseguir alimentos frescos. Comíamos bizcocho a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera porque era sólo polvo mezclado
con gusanos que se habían comido lo mejor y lo que quedaba apestaba a orines de ratas. Bebíamos agua amarilla, pútrida desde hacía tiempo y comíamos las pieles de buey que están sobre el palo mayor para impedir que se dañen
las jarcias. El sol, la lluvia
y el viento las habían puesto durísimas, pero las sumergíamos durante cuatro o cinco días en el mar y luego las poníamos un rato sobre las brasas y nos las comíamos. Muchas veces tuvimos que comer el serrín de las maderas. Las ratas se vendían a medio ducado cada una y había poquísimas. Pero la mayor desgracia de todas fue que a algunos hombres se les inflamaron las encías de tal modo
que no podían comer y se morían. A causa de esta enfermedad
murieron diecinueve hombres de los nuestros, el gigante y un indígena de la tierra
del Verzín. Veinticinco o treinta hombres padecieron dolores en los brazos, en las piernas o en otros lugares, de modo que pocos quedaron sanos: gracias a Dios yo no tuve
ninguna de estas enfermedades”.
Por fin, después de esta travesía espeluznante, el 6 de marzo de 1521 llegaron a la isla de Guam ( en las Marianas). Allí se encontraron con unos indígenas muy primitivos que se acercaban a los barcos en sus canoas y , trepando con gran agilidad a las naos, robaban cuantas cosas podían. Lo hacían de un modo un tanto inocente, pero cuando robaron una de las chalupas, Magallanes, que estaba de muy malas pulgas, bajó a tierra con varias decenas de hombres, incendiaron docenas de casas, mataron a siete indígenas y recuperaron el esquife. No pretendo excusar a Magallanes de haber hecho esta escabechina, pero recuerdo que cuando fuí al Himalaya estuve , por razones que ahora no vienen al caso, cuatro días sin casi comer. Les aseguro que uno se pone de muy mal humor; agresivo, y que sólo es capaz de pensar en comida, y eso que yo podía beber toda el agua que quisiera. Ellos estuvieron más de tres meses. La irritabilidad debía de ser máxima.
Los expedicionarios bautizaron a este archipiélago como “Islas de los Ladrones”.
A los pocos días partieron en dirección oeste-suroeste y en apenas una semana llegaron a las Islas Filipinas que ellos denominaron Islas de San Lázaro. Ahí permanecieron durante mucho tiempo; entablaron amistad con el rey local, llamado Humabón, y bautizaron a miles de nativos. Hay un episodio muy curioso que tuvo lugar en esos días: Magallanes regaló a Humabay, la esposa del rey, una figura del Niño Jesús. Esa imagen apareció más de cuatro décadas después en una choza indígena semiderruida. La encontró un marinero de la expedición al mando de Miguel López de Legazpi en 1565. Hoy en día se conoce con el nombre de Santo Niño de Cebú y es la figura más adorada en Filipinas por la cual hay una enorme devoción popular.
Durante un tiempo todo marchó a las mil maravillas, hasta que Magallanes empezó a involucrarse en las guerras de los caudillos locales en apoyo de Humabón. Recorrieron varias islas en algunas de las cuales vieron que los jefes del lugar iban adornados con objetos de oro. La codicia hizo acto de presencia, pero no querían mostrar demasiado su entusiasmo a los indígenas para que los intercambios con bagatelas no empezaran a ser menos ventajosos. Esto es quizás una explicación de porque Magallanes permaneció tanto tiempo en Filipinas. Quizás creía que el oro sería más lucrativo que las especias, dado que seguramente pensaba que Las Molucas pertenecían al hemisferio portugués según el Tratado de Tordesillas de 1494. Y, efectivamente, así era; pero en aquella época era muy dífícil medir con precisión la longitud, no así la latitud. En las capitulaciones firmadas con Carlos I se decía que si descubría un archipiélago con más de seis islas, dos podrían ser para él. Magallanes, como todos esos hombres de aquella época, no ansiaba sólo riquezas, sino sobre todo, poder; y subir en la escala social, lo cual era dificilísimo. Ser gobernador de dos grandes islas en las que hubiese oro sería un magnífico negocio. Más, en este caso, que las especias de Las Molucas cuya posesión estaría en perpetua disputa con los portugueses.
Los tripulantes de las naos disfrutaron de lo lindo durante aquellas semanas: comilonas, vino de palma, desinhibidas lugareñas, bautismos masivos, fiestas populares... una juerga. Pero muy pronto todo se ensombreció. Magallanes quiso ayudar a Humabón en una guerra contra un reyezuelo de una isla cercana llamada Mactán. En un arrebato de excesiva autoestima rechazó la oferta de Humabón de contribuir con dos mil de sus hombres y desembarcó en la isla con apenas cincuenta de sus soldados. El ejército del caudillo local, Cilapulapu se llamaba -Lapulapu segun otros autores-, era de al menos dos mil guerreros. Por mucha ventaja tecnológica (armaduras, arcabuces...) que tuvieran los españoles, cincuenta o sesenta contra uno es demasiado. El Capitán General tuvo que llamar a retirada y mientras sus hombres se dirigían hacia los barcos, Magallanes, que valientemente se quedó hasta el final para cubrirles, fue acribillado a lanzadas por unas docenas de indígenas. Murió en la playa, donde rompen las olas. Su cuerpo no fue recuperado. Aunque fuera tan duro con sus hombres le honra el hecho de dar su vida para protegerlos.
Como ya sabemos la política suele alterar los hechos históricos y moldear a su conveniencia los planes de enseñanza. Así ocurre en nuestros días en Filipinas donde se narra la muerte de Magallanes como un duelo singular entre él y un hercúleo Cilapulapu. Nada más lejos de la verdad.
La expedición se quedó sin su carismático jefe y durante un tiempo reinó el desconcierto y el caos. Pigafetta escribe: “... se lanzaron contra él con lanzas de hierro y de caña y con aquellos terciados tan grandes, hasta matar al espejo, la luz, el consuelo y nuestra verdadera guía. Mientras le herían, muchas veces se dió la vuelta para asegurarse de que estuviéramos todos dentro de las barcas.”
Hasta ahora apenas hemos hablado de Juan Sebastián Elcano, o Juan Sebastián del Cano quizá deberíamos decir, pues así es como firmaba.
El papel jugado por el ilustre guipuzcoano había sido hasta el momento bastante discreto. Se podría pensar que después de la muerte del Capitán General, Elcano tomó el mando; pero no fue así. Se escogió a Duarte Barbosa y a Juan Serrano para comandar la flota. La muerte de Magallanes y de otros ocho hombres fue un desastre para la imagen de los españoles. Perdieron su carisma y su aureola de invulnerabilidad, y Humabón, amenazado por otros reyezuelos de la zona, empezó a distanciarse de sus amigos de Castilla. Pocos días después, el gordinflón reyezuelo invitó a los principales mandatarios de la expedición a una cena de despedida durante la cual les haría entrega de unas piedras preciosas, regalo para el rey de España. Acudieron Barbosa, Serrano y otros 26 oficiales con cargos de responsabilidad. Durante la cena les atacaron por sorpresa cientos de indígenas y les mataron a todos. Es providencial que Elcano, por estar enfermo, y Pigafetta, por estar convaleciente de una herida, no fueran al convite. Si hubiesen acudido no tendríamos ni vuelta al mundo, ni crónica del viaje, ni nada.
Esta tragedia, a sólo cinco días de la muerte de Magallanes, sumió a todos en el más profundo desánimo. Se sospecha que fue un esclavo de Magallanes llamado Enrique quien traicionó a los españoles. Magallanes había comprado este esclavo en uno de sus viajes a Indonesia cuando estaba al servicio del rey de Portugal, y le había prometido la libertad cuando él muriese. Los nuevos capitanes no quisieron liberarlo porque les era muy útil como intérprete y, obviamente, Enrique quedó muy resentido y con deseos de venganza.
Por si fuera poco, con tanta pérdida de tripulantes, en especial de cargos esenciales para el gobierno de las naos, no tuvieron más remedio que deshacerse de uno de los barcos. Escogieron la Concepción porque era la que estaba en peor estado. Recuperaron todo los objetos que pudieran ser útiles y quemaron la nave.
Ya sólo quedaban la Trinidad, la Victoria y unos 115 hombres. Las siguientes semanas e incluso meses, fueron un errático deambular de una isla a otra y una verdadera pérdida de tiempo puesto que el verdadero objetivo eran las Molucas. Lopes Carvalho capitaneaba la Trinidad y Gómez de Espinosa la Victoria, con Juan Sebastián Elcano como maestre.
Algunos indígenas les habían hablado de una fabulosa isla que se encontraba al sur; una gran isla llena de riquezas y con una sociedad muy sofisticada. Se trataba de Borneo. Allí se dirigieron. Y, efectivamente, era un reino muchísimo más refinado que todo lo que habían visto hasta entonces. Fueron muy bien recibidos por el rey Siripada que les agasajó muy generosamente. Estuvieron en Borneo tres semanas, comerciando y disfrutando de lo exótico del lugar, con paseos en elefante incluídos. Pero un mal día, vieron acercarse a las naos a cientos de pequeñas barcas con indígenas que gritaban y agitaban sus armas. Como los pobres estaban muy escarmentados, pensaron que les atacaban e hicieron fuego sobre ellos. Mataron a unos cuantos y poco después se dieron cuenta de que habían metido la pata, puesto que se trataba de la celebración por una victoria militar sobre una tribu de otra isla. Como es lógico se acabó el “buen rollo” y tuvieron que salir a toda prisa porque se les echaba encima la ciudad entera (de muchos miles de habitantes). Fue una pena y una desgracia. Otra más.
Zarparon las naos de Borneo el 29 de julio de 1521 y continuaron su incierta derrota. Era frecuente que retuviesen a nativos para después intercambiarlos por víveres. Este poco ejemplar comportamiento no era del agrado de algunos oficiales. Además , la Trinidad embarrancó, sufrió graves daños y hubo que repararla durante muchos días. Lopes Carvalho se reveló como un mal capitán: autoritario, egoísta y con muy poca idea de lo qué se debía hacer. Se reunió un consejo y fue destituido por unanimidad. Gómez de Espinosa pasó a capitanear la Trinidad y Juan Sebastián Elcano tomó el mando de la Victoria, mando que ya no abandonaría hasta su regreso a España.
Elcano había nacido en Guetaria (Guipúzcoa) hacia 1487. Se cree que su padre fue marino y que él se inició en el mar como pescador. Era, como Magallanes, un hombre de pocas palabras, austero y de mucho temple. Hablaba el vasco mejor que el castellano. Navegó primero como grumete y después como marinero principalmente por el Cantábrico. Logró reunir suficiente dinero para comprar una nave que puso al servicio de las campañas militares del Cardenal Cisneros en el norte de África y de las del Gran Capitán en Italia. Luego se torcieron las cosas y tuvo que vender el barco para pagar a unos prestamistas. Vender naves a extranjeros en tiempo de guerra era un grave delito, por lo que Elcano tuvo que huir de Guetaria y tras un periplo por diversos puertos de la península , llegó en 1518 a Sevilla, donde se embarcaría en la flota de Magallanes. Fue una manera de evadir la justicia puesto que debido a su valía como marino nadie hizo demasiadas preguntas.
El liderazgo de Elcano fue muy distinto del de Magallanes. Como yo soy músico y quizás algunos de los que leen esto y siguen mi página en Instagram también lo sean, les propondré un símil con directores de orquesta: si Fernando de Magallanes es Arturo Toscanini , Juan Sebastián Elcano es Wilhelm Furtwängler.
Los capitanes tomaron la decisión de dirigirse sin demora hacia las Molucas, que era el verdadero destino de la expedición. Para ello se sirvieron de la ayuda de pilotos locales que llevaron las naos hacia el sureste. Por fin, el 8 de noviembre de 1521 llegaron a la isla de Tidore, principal lugar de producción de clavo del mundo. Las islas Molucas son un pequeño archipiélago remoto, con impenetrables selvas, abundantes lluvias e imponentes montañas rodeadas de nubes. Algunas de ellas parecen la isla de King Kong.
Fueron muy bien recibidos por el rey local, llamado Almansur, que pretendía una alianza con los españoles en contra de los portugueses. En su afán por agradar a los visitantes se ofreció a cambiar el nombre de Tidore por Castilla. Pero Elcano y todos los demás venían a lo que venían: a llevarse la máxima cantidad posible de especias, principalmente clavo. Y así lo hicieron, de hecho cargaron en exceso la Trinidad lo que provocó que las cuadernas se abrieran y que estuviera a punto de hundirse. Tuvo que volver a puerto y ser reparada durante varios meses.
Tomaron la decisión de que cuando la nave estuviera reparada, zarparía en dirección noreste hacia América, hacia el Darién (Panamá); mientras que la Victoria navegaría hacia el suroeste primero y el oeste después, volviendo a España por la peligrosa ruta portuguesa. Este es el trascendental momento en el que Juan Sebastián Elcano decide intentar dar la vuelta al mundo.
La Trinidad no consiguió llegar a América y regresó a las Molucas con el barco muy maltrecho. Más de treinta hombres fallecieron de hambre y el resto fueron capturados y encarcelados por los portugueses. Algunos de esos supervivientes pudieron regresar a España años más tarde gracias a las gestiones diplomáticas de Carlos I con Juan III de Portugal, sucesor del rey Manuel.
El 21 de diciembre de 1521 la Victoria zarpó de Tidore con 47 tripulantes y las bodegas llenas de clavo. Se detuvieron en Timor unos días y partieron con rumbo a España el 7 de febrero de 1522. Para evitar las naves portuguesas navegaron por el Índico sur, una zona totalmente desconocida. Pretendían llegar a España sin hacer ninguna escala. ¡Del este de Indonesia a España sin detenerse en ningún momento! Era una verdadera locura. Durante la travesía pasaron unas penalidades espantosas: hambre, sed, escorbuto, angustia e incertidumbre, y una fatiga infinita ( “...tan extenuados como hombre alguno lo ha estado”, dice Elcano en su carta al rey Carlos) porque el barco hacía agua y había que estar dándole a la bomba día y noche.
La zona donde se unen el océano Índico y el Atlántico es una de las más peligrosas del mundo. Navegaban tan lejos de la costa que no llegaron a ver el Cabo de Buena Esperanza cuando lo sobrepasaron y tomaron rumbo norte. A finales de junio la situación era insostenible. Habían muerto decenas de hombres y veían claro que iban a morir todos si no se detenían en algún puerto. Elcano sometió a votación la posibilidad de parar en las islas de Cabo Verde, que pertenecían a Portugal. Ganó el sí , ¡pero no por abrumadora mayoría! Es decir, que hubo algunos que votaron por seguir aguantando.
Elcano decidió entonces inventarse una historia para que no les identificaran con la expedición de Magallanes: “son un barco español que viene de América y al que una tormenta ha desviado de su ruta”. El 9 de julio de 1522 fondearon frente a la costa y enviaron un esquife a tierra. El ardid funcionó y pudieron volver a la Victoria con algunas provisiones. Pero al tercer viaje que hizo el bote a tierra ya no regresó. Al parecer alguien había hablado de más o había querido pagar con clavo alguna mercancía. Los portugueses se dieron cuenta de donde venían y detuvieron a todos los que habían desembarcado. Elcano intuyó rápidamente lo que había pasado y zarpó a toda prisa. Pero no rumbo a España, sino en dirección contraria para engañar a los que , con total seguridad, saldrían en su persecución.
Cuando viraron hacia el norte, no se dirigieron a las Canarias, como que sería lo normal, sino que navegaron lejos de la costa y después se adentraron en el Atlántico para poder beneficiarse de los vientos de “As voltas” que , a la altura de las Azores, empujaban los barcos hacia Europa.
El 4 de septiembre avistaron el Cabo de San Vicente y dos días más tarde , el 6 de septiembre de 1522, entraron en el puerto de Sanlúcar de Barrameda de donde habían salido casi tres años antes. La llegada de la Victoria produjo una honda impresión a los sanluqueños aunque , en un primer momento, no se dieron cuenta de quienes eran. La nao estaba destrozada, parecía un barco fantasma. Los tripulantes tenían un aspecto cadavérico y llevaban las ropas hechas jirones, quemados por el sol, deshidratados...
Juan Sebastián Elcano redactó el mismo día de su
llegada a Sanlúcar la famosa carta a Carlos I (ahora ya también emperador Carlos V )
en la que dice aquella frase tan bonita
y emocionante: “...
y más sabrá V.M. de aquello que más debemos estimar y tener es que
hemos descubierto y dado la
vuelta a toda la redondez del mundo, que yendo
para el occidente hayamos regresado por el oriente”.
El día 8 , dos días después, la Victoria fue remolcada hasta Sevilla con los 18 supervivientes a bordo. Ese era el día en que precisamente se celebraba en la ciudad la fiesta de Santa María de la Victoria, la Virgen que había dado nombre a la nao. Los tripulantes, admirados por la multitud, desembarcaron descalzos y con cirios en la mano. Lo primero que hicieron fue ir a dar las gracias a la Virgen a quien habían rogado en numerosas ocasiones en las que estuvieron a punto de morir.
Elcano solicitó a Carlos I que intercediese ante el rey de Portugal para liberar a los presos en Las Molucas y en Cabo Verde. En total, otros 18 hombres regresaron unos pocos años más tarde. Elcano también pidió unas buenas compensaciones económicas para todos. La realidad es que el cargamento de clavo que trajeron era tan valioso que fue suficiente para pagar la expedición entera y para proporcionar una desahogada situación económica de por vida a todos los tripulantes que habían sobrevivido.
Carlos I concedió a Elcano un escudo de armas en la que aparecen especias y con el lema:
“PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME”
Soy músico, pero me apasiona la historia. Cuando la leo siento que viajo en el tiempo y que vivo otras vidas. Eso me enriquece mucho y me ayuda a entender el mundo. No hay que cometer el error, tan frecuente en nuestros días, de juzgar los hechos del pasado según la mentalidad actual. Hay que tener perspectiva histórica. Dentro de 500 años tampoco comprenderán cosas que hacemos ahora y que nos parecen tan normales. Por ejemplo, podría ser que llegue un día en el que no se maten animales para ser comidos y la imagen de alguno de nosotros (yo mismo) devorando un chuletón de buey les parecerá un horror y una salvajada.
Hace unos días hablaba con un gran amigo de mi misma edad. Reflexionábamos sobre cuán diferente es el mundo de ahora del de hace más de cuatro décadas, cuando nos conocimos. ¡Imagínense pues el cambio en 500 años! No sólo en cuanto a tecnología, sino en la manera de percibir el mundo, de sentirlo y de vivirlo. Como dice un excelente divulgador radiofónico de historia : “pónganse las gafas del siglo XVI, por favor”.
Hablé antes de unas “fuerzas poderosísimas” que movían a esos hombres. ¿Qué fuerzas eran esas? La ambición, el deseo de ser rico, por supuesto. También el ansia de poder, que, según dicen, tiene un encanto al que es casi imposible no sucumbir. Sin duda el deseo de ascender en la escala social; eso era quizás lo más difícil porque incluso si el rey te ennoblecía, los aristócratas de más abolengo seguían mirándote por encima del hombro durante varias generaciones. Pero había algo más: la fe religiosa. Una fe verdadera que les proporcionaba una capacidad de aguante, de superación, de resiliencia - como se dice ahora - muy difícil de tener si se es materialista. El espíritu es capaz de mover el mundo ... y de circunnavegarlo.
En estos últimos tiempos ha habido una polémica muy tonta sobre la “españolidad” de la Primera Vuelta al Mundo. Portugal parece que pretende apropiarse de la gesta. Le dijeron no a Colón. Años más tarde también le dijeron no a Magallanes. Dos colosales meteduras de pata que pueden resultar dolorosas. Es normal estar enfadado; pero la verdad es que el rey de Portugal intentó boicotear por todos los medios la expedición de Magallanes, quien, como ya sabemos, no pretendía en absoluto dar la vuelta al mundo. La idea de volver por el oeste y así dar la vuelta “a toda la redondez del mundo” fue de Juan Sebastian Elcano.
Magallanes era portugués y en las naos había muchos marineros de su país, un doce por ciento; pero la mayoría, un sesenta por ciento, eran españoles, sobre todo andaluces y vascos. También viajaban hombres de Francia, Italia, Grecia, Alemania, Flandes... Hay un argumento muy sencillo y claro para demostrar que fue España quien globalizó el mundo. Yo no soy aficionado al fútbol, pero tengo entendido que la última liga española la ha ganado el F.C. Barcelona. No la ha ganado Argentina, aunque Leo Messi naciera en la ciudad de Rosario.
Muchas gracias si ha leído esto hasta el final. Que me disculpen los historiadores si se me ha colado algún dato erróneo o incluso algún disparate. Yo también seré indulgente si alguno de ellos habla del “ 5º concierto para piano y orquesta de Chopin”. Lo prometo.