Publicado el 20 del 07 de 2019
NIÑOS PRODIGIO
Acabo de ver en internet a una niña china de 9 años tocando con notable soltura el vals de Fausto de Gounod/Liszt. Hace unos días escuché también a otra niña, en este caso rusa y de 10 años, interpretando con gran brillantez el concierto nº1 de Mendelssohn; y, es curioso, pero no estoy muy impresionado. Es tal la avalancha de niños prodigio que hay actualmente que uno pierde la capacidad de sorpresa. ¿Cuántos de ellos se convertirán en grandes artistas? Quizás uno de cada mil, eso sin exagerar.
El diccionario de la Real Academia define “niño prodigio” como “niño que tiene unas dotes excepcionales para alguna actividad científica o artística”. Eso es importante; hay niños prodigio en la música, la pintura, el cine, el ajedrez o las matemáticas. Pero difícilmente veremos un niño prodigio abogado, filósofo o conductor de autobús. Uno de los espectáculos más ridículos que he visto es un niño predicador evangelista. Grotesco por lo histriónico y postizo. Yo me centraré en hablar sobre niños prodigio de la música y del piano porque es lo que mejor conozco.
¿Ha habido siempre niños prodigio? No en el sentido que le damos hoy en día. El niño prodigio como fenómeno social - y comercial - nace en la Ilustración y su más célebre representante es Wolfgang Amadeus Mozart. El caso de Mozart era tan espectacular que cuando en 1764 viajó con su padre a Inglaterra, el eminente juez y naturalista Daines Barrington desconfió de que el niño tuviera realmente ocho años. Después de observarlo con mucha atención se convenció de que su edad era cierta porque en todo lo que no fuera música, Mozart se comportaba como cualquier otro chiquillo; era maleducado, caprichoso, pesado, desobediente... Barrington consideró que era imposible que fuera en realidad un adulto y que estuviera fingiendo constantemente. Su sospecha inicial se fundamenta en que hay una forma de enanismo en la que se mantienen las proporciones del cuerpo, siendo el desarrollo psíquico totalmente normal. Los lectores que sean españoles recordarán al recientemente fallecido Sr. Galindo. En los años 60 cuando rondaba la treintena era indistinguible de un niño.
Mozart hacia 1764
La aparición de la figura del niño prodigio va ligada al advenimiento de un nuevo público de concierto; público que nace en la ópera, como tantas otras cosas. Un niño con grandes habilidades o talento pasa a ser “niño prodigio” cuando es exhibido en busca de dinero y fama. Si uno tiene un sobrino de diez años que toca como los ángeles un volumen entero del Clave Bien Temperado pero sólo lo hace en su casa, delante de su familia, profesores, amigos y algún vecino, no es necesariamente un niño prodigio. Es un niño con mucho talento en proceso de formación. Pasará a ser prodigio cuando sea “mostrado”. Incluso puede que se convierta en un “monstruo” siguiendo la pretérita etimología de la palabra: lo que es digno de ser mostrado, lo que nos advierte de lo sobrenatural. Al principio la exhibición era en pequeñas salas de concierto o en los salones de los palacios aristocráticos. Les escuchaban cien o doscientas personas a lo sumo, y corría la voz a la velocidad de una diligencia, o de un jinete en el mejor de los casos.
Hoy en día lo subes a la red y te ven millones de personas en pocos meses.
Después del milagro de Salzburgo, fueron apareciendo con cierta regularidad “nuevos Mozart” . Hoy en día continúa el goteo de supuestos fenómenos. Cuando dijeron lo de “nuevo Mozart” del jovencísimo Beethoven, acertaron. También fue cierto en el caso de Liszt, Mendelssohn y Albéniz, ya que todos ellos fueron grandes compositores. El resto de las veces , de las miles y miles de veces que se ha dicho lo de “nuevo Mozart”, ha sido siempre un error, se ha sobrevalorado al chico. Un exceso de optimismo.
¿Cómo puede saberse si un niño prodigio será verdaderamente un gran artista? No puede saberse, al menos con total certeza. En primer lugar no se debe confundir precocidad con talento. Grandes pianistas como Sviatoslav Richter, Arcadi Volodos o Alfred Brendel no fueron en absoluto precoces. Tampoco lo fue Wagner. La inicial apariencia de un pianista infantil cuyas habilidades se evaporarán en la adolescencia y la de un verdadero joven maestro que pasará a la historia del piano puede ser parecidísima.
Aunque quizás haya algunos signos reveladores:
El niño que posee un verdadero talento, el talento que – según Goethe – “no se deja descarriar ni malograr”, tiene una absoluta pasión por el arte que anhela aprender. Escuchará música a todas horas , querrá tocarlo todo, intentará componer, quedará pasmado ante la actuación de un gran maestro, parecerá que si le quitan la música, el niño se muere.
Se preocupará por la excelencia, por hacerlo bien, es decir, por la técnica. Tendrá iniciativa, fantasía, creatividad e intuición para resolver los problemas. Buscará constantemente, no repetirá errores y encontrará soluciones propias.
Una vez uno de mis alumnos de piano, un chico de 16 años bastante mediocre, me dijo que quería ser compositor porque no se veía con suficiente talento como para ser pianista. Le dije que me parecía muy bien, que por favor tocase para mi algunas de sus composiciones y que para la próxima clase trajese todo lo que hubiera escrito. Pero no pudo ser porque no había compuesto nada, ni un sólo compás. Según me dijo estaba esperando a estudiar armonía, contrapunto, fuga, análisis y composición. Le faltó añadir orquestación. Obviamente ese chico no era un compositor como se comprobó poco después. Un muchacho que lleva cinco o seis años tocando el piano y no se le ha ocurrido intentar crear algo de música, está claro que no es un compositor nato. Si no sientes una imperiosísima, irreprimible necesidad de componer es que Dios no te ha llamado por ese camino.
Debe haber un enorme deseo de hacer música y no necesariamente de éxito o de fama. Los elogios de los necios son muy fáciles de obtener si, por ejemplo , llevas al niño a un estúpido concurso de la tele. En todo eso es importantísima la actitud de los padres. A este respecto hay una anécdota muy divertida del gran violinista David Oistrakh.
Maestro – le preguntaron- ¿ha tenido usted algún genio entre sus alumnos?
No - respondió - pero sí muchos padres de genios.
La ambición de los progenitores es, la mayor parte de las veces , un ingrediente letal. Algo que sucede a menudo es que al entrar en la adolescencia, el niño percibe la implicación de los padres en su carrera musical y como a esas edades es casi inevitable el conflicto generacional, se utiliza la música y el piano como arma. Una magnífica manera de enfrentarse a los papás es abandonar la actividad artística que tanto les satisface. Si la pasión del niño por el piano fuese genuina y sintiese que es algo suyo y sólo suyo , jamás lo dejaría. Por el contrario, si viene de fuera, aunque sólo sea una suave imposición que aprovecha algunas habilidades naturales, algo que el niño ve que hace feliz a sus queridos padres y que también satisface su pequeño o gran ego; si sólo es eso, la pasión puede resultar ser muy quebradiza y volátil; resultar no ser más que una afición y no una vocación.
Es frecuente también que se creen unas expectativas tan grandes que la decepción esté garantizada. Conocí de primera mano el caso de un niño pianista y compositor que a los ocho o nueve años no sólo era llamado “el nuevo Mozart” (otro más), sino que en un diario un periodista insensato escribió: “este niño es más que Mozart”.
Recuerdo haber dicho a la ambiciosa y obtusa madre de la criatura:
“Mire, en música ser más que Mozart, es ser Dios. Así que, ante tales expectativas, las posibilidades de salir chasqueado son muy altas”
Otras veces las cosas salen bien, o muy bien. Alicia de Larrocha y Martha Argerich fueron dos niñas prodigio espectaculares, o mejor dicho: dos niñas prodigiosas. Dieron conciertos en su infancia pero como parte del proceso educativo y sin llegar a ningún exhibicionismo banal. Eso fue porque tuvieron unos padres inteligentes y nada avariciosos, así como unos profesores sabios y responsables, Frank Marshall en el caso de Alicia y Vicente Scaramuzza en el de Martha.
Otro niño prodigio famosísimo fue Josef Hofmann. Cuando debutó con diez años en el Metropolitan Opera House de Nueva York interpretando a Beethoven, Chopin y Weber/Liszt, todo el mundo quedó conmocionado. No podía ser que un niño tan pequeño tocara con esa perfección, maestría, estilo y madurez. Si hubiera sido un adulto de 45 años estaría muy bien ¡pero tenía 10! El éxito fue extraordinario y Josef fue contratado para dar una larga gira de conciertos. Al cabo de un tiempo la “Sociedad para la Prevención de la Crueldad hacia los niños” denunció la situación y puso en apuros al padre de Josef , Casimir Hofmann. De un modo providencial apareció un rico filántropo de Nueva York, Alfred Corning Clark, que donó 50.000 dólares –una suma enorme en la época – para que el joven virtuoso dejara de dar conciertos y se dedicase a estudiar durante seis años. Josef regresó a Europa y se convirtió en alumno primero de Moszkovski y, posteriormente, de Anton Rubinstein. Este último ya había escuchado a Josef cuando, con siete años, tocó el tercer concierto de Beethoven en Varsovia. Rubinstein declaró entonces que el mundo no había visto nunca un niño como ese. Cuando esas afirmaciones las hacen periodistas ignorantes o las amigas de la abuela del prodigio, tienen muy poco valor; pero si las hace Anton Rubinstein...
Curiosamente, Josef Hofmann lamentó después haber dejado de dar conciertos durante tanto tiempo. Dijo que el largo paréntesis enfrió su ambición y que con seis meses de descanso hubiera sido suficiente.
Muchos años después un periodista le preguntó a Rachmaninoff:
¿Quién es para usted el mejor pianista del mundo?
Rachmaninoff , tras una larga reflexión dijo:
“Bueno...está Hofmann... (pensó un poco más) y estoy yo”.
Josef Hofmann a los 10 años
La mayor parte de niños prodigio dejan de ser prodigios en cuanto dejan de ser niños. Simplemente porque no eran tales prodigios; sólo lo parecían porque eran niños. El tránsito a la edad adulta suele pasar sin pena ni gloria, entre el olvido y la resignación, diluyéndose cómodamente en una mediocridad de color “café con leche” (el más feo de todos los colores).
Algunas veces se dan situaciones trágicas, tristísimas. Es el caso del compositor y pianista canadiense André Mathieu (1929-1968).
Mathieu, como era de esperar, fue llamado “le Mozart québécois”. Pero es que esta vez realmente lo parecía. Incluso Rachmaninoff – muy difícil de engañar o confundir - quedó muy impresionado por su talento. La verdad es que parece imposible que un niño de 5 o 6 años pueda componer piezas como “Dans la Nuit”, “Tristesse” o “Les abeilles piquantes”. Son obras nada infantiles, miniaturas enigmáticas y tristes, con armonías sofisticadas. Su obra más conocida es el “Concerto de Québec”, escrito a los 14 años.
¿Qué pasó con André Mathieu? Tenía un carácter y una salud frágiles, vulnerables; una serie de desengaños amorosos y , sobre todo, las depresiones y el alcoholismo le llevaron a morir prematuramente. Murió sólo, en su casa , a los 39 años. Olvidado y en la miseria. Recientemente se ha recuperado su nombre con la edición de algunos discos y de una biografía de Georges Nicholson. En la segunda de estas fotografías puede verse la expresión de inmensa tristeza de André cuando ya no era un niño prodigio, cuando ya nadie le llamaba el “Mozart quebequés”.
Es frecuente que haya una gran confusión con algunos conceptos y que estos se utilicen con muy poco rigor y conocimiento.
A la primera de cambio, un niño es calificado de “genio” porque al parecer lo de “talentoso” o “prodigio” a algunos se les queda pequeño.
Hay que distinguir entre
1. Habilidades
2. Talento
3. Genio
Las habilidades son algo relacionado con lo mecánico, sea físico o no. En el caso de un niño pianista pueden ser una natural destreza con el instrumento, capacidad de coordinación, oído absoluto, memoria... La habilidad no garantiza el talento y mucho menos el genio. Hay gente capaz de extraer la raíz cúbica de un número de seis dígitos en un segundo, o de memorizar decenas de miles de decimales del número Pi. ¿Acaso esto quiere decir que esas personas son grandes matemáticos?
El talento es un conjunto de cosas: las habilidades, por supuesto, pero también el carácter, la creatividad, la capacidad de trabajo, la imaginación, la resiliencia, la voluntad que nace del deseo...
¿Y el genio? El genio es inefable. Una de las definiciones que más me gustan es la de Schopenhauer.” El genio ve lo que los demás no pueden ver”. Cuando Beethoven en 1822 compone la sonata opus 111, nadie más sobre el planeta Tierra es capaz de vislumbrar el nuevo mundo musical que nos muestra la Arietta con variaciones.
Si tiene usted un hijo (o hija, claro) con talento, le aconsejo que proceda de la siguiente manera:
.- Apóyele en todo, pero no le empuje. No tenga prisa.
.- Proporciónele los mejores medios dentro de sus posibilidades. Es muy positivo tener un buen instrumento en casa pero es aún mejor tener buenos profesores.
.- Piense que el profesor más famoso o más caro no es forzosamente el mejor. En cada etapa – grado elemental, medio y superior – convendrá un profesor distinto. Es muy raro que un mismo docente eduque muy bien en todos los niveles. Pero, por otra parte, no vaya cambiando alegremente de profesor buscando al Merlín que convertirá a su retoño en Franz Liszt. Muchos cambios no son buenos. Para saber quienes son los mejores educadores pregunte a los grandes Maestros; con M mayúscula. Apunte cuanto más alto mejor. El buen profesor tiene que ser sabio, generoso y paciente; y debe disponer de tiempo: tiempo para aprender, para dar y para esperar.
.-No se deje engañar por los vendedores de instrumentos, aunque lo hagan sin mala intención. Un piano eléctrico no es un piano. Si se enchufa a la corriente es que no es un piano. En esos artefactos la sensibilidad de las teclas es infinitamente menor, el pedal un simulacro muy poco refinado, los armónicos inexistentes, la capacidad de producir distintos sonidos y colores es limitadísima, el teclado es demasiado blando y mil cosas más. Piense que si un circuito eléctrico se interpone entre el sonido y su corazón o su mente, no puede pasar nada maravilloso aunque el pianista sea Arturo Benedetti Michelangeli. Cuando le cuenten que Richter llevaba un teclado en sus viajes, les dice que , efectivamente, le servía para repasar el programa por las noches, pero Sviatoslav Richter no se educó con un piano eléctrico. Insisto, si se enchufa a la corriente no es un piano.
.-Si quiere llevar al niño a concursos no lo haga ni demasiado pronto, ni demasiado tarde. Aunque yo estoy de acuerdo con Béla Bartók en que los concursos son para los caballos y no para los artistas, la verdad es que en el mundo actual puede ser necesario tener algunos premios para enriquecer un currículum y para más tarde tener acceso a los grandes concursos (Chopin, Tchaikovsky, etc) que son los que verdaderamente pueden darte la oportunidad de ser contratado por una discográfica y de que te lleve una importante agencia de conciertos.
.-Si el niño no gana un concurso no le dé la más mínima importancia (realmente no la tiene), y si lo gana no le dé demasiada. Sólo la suficiente para que el chico se sienta valorado y arropado por su familia.
.-Recuerde que no debe pretender convertir a su hijo en un artista. Si en verdad lo es, todo el mundo acabará dándose cuenta. Tenga presente lo que decía Goethe: “El verdadero talento siempre acaba encontrando su camino”. Pero, por el contrario, si no lo es, no hay fuerza humana que pueda hacer nada al respecto.
.- Es difícil mantener un equilibrio entre la autoestima y la modestia. Dependiendo de cada niño habrá que potenciar más una u otra.
.-Si tiene éxitos y algún periodista necio y poco original le llama “el nuevo Mozart”, no deje que se lo crea. Utilice el sentido del humor y una ironía desmitificadora: “Vaya con este nuevo Mozart de pacotilla que ni siquiera es capaz de ordenar su habitación... je je.” O alguna tontería similar.
.- Muéstrele el mundo. No sólo las cosas bonitas y políticamente correctas. Siempre de acuerdo con la edad del chaval, por supuesto. Todo lo “grande” es siempre educativo, en especial para un artista.
.- Finalmente, sigan el consejo que Scriabin dió a los padres de Horowitz después de escucharle tocar cuando tenía once años:
“Su hijo será, probablemente, un muy buen pianista. No sé hasta donde llegará, pero tiene un enorme talento. Cuiden de que reciba una buena formación general, de que tenga contacto con todo tipo de música (sinfónica, ópera, de cámara...), de que lea y descubra las Bellas Artes, de que conozca los clásicos de la literatura. No sólo tiene que tocar escalas, debe conocer muchas otras cosas para convertirse en un verdadero artista”.
Para concluir, una confesión: yo fuí un niño prodigio; pero no de la música ni del piano. Entre los cuatro y los doce años desarrollé una actividad artística en la que recibí grandes elogios. Tengo una enorme caja llena de recortes de periódicos y revistas. En un artículo un ingenuo periodista me calificó de ”genio”, lo cual era un disparate total. Simplemente era un niño comunicativo, expresivo, con ciertas habilidades y bastante personalidad. Pero aquello me vino dado desde fuera y de casualidad. No era mi esencia. No era yo. Mi esencia era la música y –como más tarde descubrí – la enseñanza.
En la etapa preadolescente se impuso de forma natural, sin traumas, mi verdadera naturaleza. Con más o menos talento, pero con autenticidad.
Si su hijo estudia música y no llega a ser ningún virtuoso o compositor de fama, no se entristezca. Lo más importante es aprender a disfrutar de la música. Como dice Emil Cioran, los que son incapaces de percibir y disfrutar con la música son víctimas de una inmensa desgracia de la cual no son conscientes.
Si es usted capaz de comprender y sentir de verdad una sinfonía de Beethoven, una fuga de Bach, una canción de Schubert, un concierto de Rachmaninoff, un cuarteto de Shostakovich... es que pertenece a una clase privilegiada dentro del género humano. Tiene una gran suerte.
Dé gracias a Dios.