Publicado el 09 del 06 de 2019
ESCOTES Y MINIFALDAS
Desde hace algunos años es habitual ver en las salas de conciertos a mujeres pianistas con escotes abisales y minifaldas que parecen cinturones anchos. Se trata de jóvenes artistas que muchas veces tienen un altísimo nivel pianístico. De momento los chicos no muestran los abdominales; de momento.
No trato de iniciar una cruzada mojigata, nada más lejos de mi intención, mi liberalidad en estos temas es amplísima. Sin embargo considero que en un concierto, resaltar el atractivo sexual de la intérprete es totalmente innecesario y está fuera de lugar.
Un servidor no se siente a gusto escuchando el Adagio de la “Hammerklavier” de Beethoven con unos tersos, espléndidos muslos a dos metros de distancia (siempre acostumbro a sentarme en las primeras filas); la verdad es que distrae, perturba la audición de la obra. No me entero ni de la sonata ni de las piernas de la señorita, que también son de mi agrado. Me recuerda aquello de “...en las exposiciones los cuadros no me dejan ver la gente”.
Es muy fácil de entender: me gustan mucho las gambas a la plancha y me gusta mucho el chocolate negro, pero no me gustan las gambas con chocolate.
Este fenómeno empezó a mediados de los años 90 con una violinista británica, nacida en Singapur, llamada Vanessa Mae. Despues de grabar tres o cuatro discos en cuya portada aparecía en actitud muy clásica y modosita, EMI publicó en 1995 – cuando la chica tenía 17 años - un álbum titulado “The Violin Player”. Aquí el tono de las fotografías era totalmente distinto; en una de ellas se mostraba muy sugerente con la ropa mojada y con el agua del mar por encima de las rodillas. Tocaba con un violín eléctrico y una de las obras del disco era la Toccata y Fuga en re menor de Bach. Ya me dirán qué tiene que ver el bueno de Johann Sebastian con las transparencias playeras. Posteriormente Vanessa Mae fue dedicándose cada vez más a la música pop y al esquí.
Vanessa Mae en 1995
Obviamente se trata de una política para vender más discos y llenar las salas de concierto. Es sabido que hoy en día el arte es , sobre todo, negocio y espectáculo. Pero el verdadero arte no tiene nada que ver con todo esto; ni siquiera con la cultura o con la moral. Se puede ser muy inculto y sin embargo ser un gran escultor; se pueden hacer faltas de ortografía y escribir maravillosas poesías; hubo notorios egoístas, envidiosos, mezquinos e incluso algún criminal que fueron grandes artistas.
El atractivo que tienen para el público los virtuosos que actúan en escena es bien conocido desde el siglo XVIII. Pensemos en el castrato Carlo Broschi “Farinelli”, quizás el mejor cantante que haya existido y al que pretendían tanto hombres como mujeres. Paganini y Liszt fascinaban al público hasta límites delirantes, pero en ningún caso era un atractivo sexual explícito sino la poderosísima personalidad de esos artistas, además de la magia que emana del verdadero virtuoso - que no prestidigitador, de los cuales hay tantos - lo que seducía a la gente. Es algo similar a lo que dice Wilhelm Furtwängler sobre la “técnica”: “ No era la “técnica” de Mozart y Beethoven o, más tarde, la de Paganini y Liszt lo que impresionaba a sus contemporáneos, sino la voz del hombre que estaba detrás de esta técnica, que la convertía en vehículo de su necesidad interior”.
El caso de Liszt es especialmente representativo. En su juventud y madurez era un hombre muy atractivo físicamente. No sé si es cierta la leyenda de que las mujeres le arrojaban sus joyas al escenario, pero lo que es seguro es que Liszt tuvo una vida amorosa muy agitada e intensa , incluso después de haber recibido las órdenes menores en 1865.
Liszt fotografiado por Franz Hanfstaengl hacia 1860
Un conocido promotor me dijo que la belleza y el sex appeal de pianistas como Yuja Wang o Khatia Buniatishvili podía atraer a un público nuevo y más joven. Eso es muy dudoso; no he visto nunca a un fan de estas pianistas comprarse al año siguiente una entrada para escuchar a Richard Goode por ejemplo; un artista exquisito pero que es un señor mayor, un poco gordito, calvo y más bien feúcho. Eso es así porque este “neopúblico” no viene a escuchar a Brahms o a Schubert, sino a ver a Yuja Wang o a Khatia Buniatishvili.
Hace unos pocos años asisití a un concierto de Yuja Wang acompañado de una amiga – madre de una de mis alumnas - . Mi amiga es una señora muy inteligente, culta y además, guapa. En la media parte me dijo: “Es una pena que ante una pianista tan brillante haya parte del público esperanzado de, en algún momento, poder verle las bragas”. En efecto: es un verdadera pena.
Existe otra modalidad de este exhibicionismo; son los intérpretes que se promocionan en Internet, en Youtube e Instagram principalmente, y cuya fama se ha gestado en el mundo digital. Un caso muy conocido es el de Lola Astanova, una pianista uzbeko-americana de notable habilidad pianística pero de un gusto musical bastante vulgar. En sus vídeos la señora Astanova se aplica mucho en mostrar a la cámara sus interminables piernas y la deliciosa curvatura de su zona lumbar. En su momento fue promocionada nada menos que por Donald Trump.
Lola Astanova
Es evidente que el erotismo está muy presente en la música. Pensemos en compositores como Scriabin , Ravel o Manuel de Falla. Scriabin ya pone en evidencia lo que tiene in mente con sus personales indicaciones interpretativas en las sonatas : “con un ebbrezza fantastica”, “avec une chaleur contenue”, “avec une doucer de plus en plus caressante et empoisonnée”... y, por supuesto, con obras como el “Poema del Éxtasis”, “Prometeo”o muchas de sus obras para piano. Los casos de Ravel (La Valse, Ondine, Daphnis et Chloé...) y de Falla (El Amor Brujo, Noches en los Jardines de España...) son especialmente curiosos . Su música desborda sensualidad y sin embargo ambos autores eran hombres sumamente discretos en lo referente al amor o al erotismo y a quienes se les supone castos.
Y después está Wagner: la música de Wagner encarna como ninguna otra la sensualidad y el amor, las fuerzas de la Naturaleza y del Cosmos.
Tomemos por ejemplo la Muerte de Amor de Isolda (Liebestod) , uno de los fragmentos más bellos de la historia de la música. Escuchen, por favor, la maravillosa interpretación de Jessye Norman que les adjunto.
La estructura emocional de esta obra parece representar un acto amoroso desde el punto de vista femenino.
Primero hay una fase de excitación muy gradual, en el minuto 3:11 una primera fase de meseta, una segunda más elevada en 4:39, en 5:33 la música parece sumergirse para poder emerger con más fuerza hacia un explosivo primer orgasmo o clímax en 6:05, un segundo un poquito menos intenso en 6:18 y un tercero en 6:31 ya mucho más débil que nos conduce a una fase de resolución dulcísima, de inefable plenitud y placidez. Al final Isolda dice:
En el fluctuante torrente,
en la resonancia armoniosa,
en el infinito hálito
del alma universal,
en el gran Todo...
perderse, sumergirse...
sin conciencia...
¡supremo deleite!
¿Wagner hizo esto adrede? ¿Se dijo a sí mismo un buen día: “ voy a representar un acto amoroso con una Isolda multiorgásmica” ? Claro que no. Es algo inconsciente. Cuando el compositor alcanza este nivel tan alto es porque no es el único responsable de la música; hay algo más allá, inasible y misterioso; algo que no es de este mundo y que habla a través del compositor. Lo decía Beethoven.
La música puede expresar lo que no pueden decir las palabras. En el caso de Liebestod es la pasión amorosa total fundiéndose con la Muerte, el Eros como fuente de la vida en un ciclo que se repetirá hasta el final de los tiempos. Lo sublime y lo eterno.
¡Qué lejos quedan las minifaldas!